viernes, 4 de junio de 2010

UN CHUPITO DE VODKA CARAMELO


Eran cuatro y pidieron cuatro chupitos de vodka caramelo. Ella, la morena, lo había descubierto una noche en Granada, cuando con otras amigas se fue a tomar una copa después de una cena de congreso. Fue una sabor diferente: alcohol intenso de vodka con el dulzor del caramelo. Por eso, esa noche, especial como lo son las noches de confidencias, los cuatro tomaron un chupito de vodka caramelo. Ella, la del pelo rizado, fue trayendo su infancia y su dolor sobre la mesa y entre buchitos les habló de los aparatos de las piernas, de una polio salvaje, de su necesidad de independencia y quedaron tras sus labios emociones que habrían necesitado mucho más vodka para poder permitirse contarlas. Su voz era serena, incluso risueña, sonreía con cada latido urente de sus huesos. Ella, la morena, escuchaba ya un poco aliviada, puesto que durante la cena, ya había vomitado el sufrimiento paciente e inútil de su matrimonio. Se expuso ante todos: su debilidad, su falta de dignidad, su carácter pasivo. No tenía miedo: de ellos no esperaba ni temía ninguna herida devuelta. Tuvo la oportunidad de observarse contando su historia, de desapegarse de sí misma y tomar distancia de lo que había sido su realidad costrosa de cada día. Cuando ella, la del pelo rizado calló, los ojos de los otros tres se volvieron hacia ella, la rubia. Ah, la rubia... enmascaraba su dolor detrás de las palabras y la sonrisa. En parte, quizás, como hacían las otras dos. Ella, la rubia, narraba una historia aprendida y contada montones de veces. El dolor del abandono de su marido por otra, era un relato estructurado y gesticulado, con tempos y ritmos ya conocidos. La rubia no podía dejar que el dolor, el que ella ni siquiera quería reconocer que tuviera, aflorara y un buen discurso puede ser un excelente flotador para no hundirse. Quedó él. Él, que escuchó a las mujeres. Él, que no hizo comentarios, ni aclaraciones, ni precisiones. Él, callado y atento, experto en habilidades sociales, simpático, bromista... no tenia palabras para hablar de su dolor y lo dejó disfrazarse de silencio ausente. En él, el dolor se deletreaba con la lengua bien pegada a los dientes, pero él, también, sonrió y se camufló tras un cigarrillo.
(AB abril 2010)