domingo, 21 de noviembre de 2010

LA MUJER DEL LIENZO


Cuando leyó sus palabras por primera vez, comenzó a dibujarla. Cada frase que ella enunciaba, cada pespunte de letras que se deslizaba a través de la pantalla, le proporcionaba a él nuevos colores, nuevas texturas, con las que irla perfilando. Con adjetivos tiñó de marrón su pelo y lo hizo sedoso; los adverbios, sobre todo aquellos redundantes y sonoros, fueron hilvanando el perfil de sus brazos y muslos. Con las metáforas dibujó su sonrisa y con abundancia de hipérboles diseñó sus ojos y su vientre. En largas noches dialogadas fue pincelando hombros, caderas y uñas de los pies, hasta que de un oxímoron nacieron sus senos y su sexo. Y le gustó lo que vio: se admiró de la pureza que desprendía la figura de su lienzo, la figura de Ella, su Ella: las sombras, los relieves, la magnífica perspectiva en la que estaba encuadrada. Estaba preparado para verla emerger de la tela, para estrecharla en sus brazos y hacerla suya. La contemplaba y se sentía satisfecho de su obra, de la hermosa mujer que él había creado traduciendo las palabras de Ella en la imagen parafraseada del cuadro.
El día en que al fin se vieron cara a cara él no la reconoció. Sólo era una mujer corriente sin nada que ver con la belleza que guardaba su cuadro. Ella se quedó sin palabras para él y él se marchó a refugiarse en la soledad de los brazos de la mujer del lienzo. (21.11.2010)

Imagen: Intentando lo imposible (R. Magritte)

martes, 16 de noviembre de 2010

NO LO SÉ


Cuando él empezó a contestar a su pregunta, todo su cuerpo se preparó para una sentencia condenatoria. Los ojos lucharon por mantenerse abiertos y secos y la sonrisa no fue más que un recuerdo de sí misma. Las manos se retiraron y se camuflaron bajo los muslos que las acogieron para amortiguar su propio temblor. Mientras, él iba desgranando sus dudas, sus emociones que salían cegadas por la luz de sus palabras, ciegas de tanto permanecer ocultas en la sombra más negra. Una vez que salían fuera era como si tiraran de otras que estaban retenidas y cada vez más palabras se agolpaban en su mente, siendo la boca una salida pequeña para tanto verbo. Y cuando todas ellas se aturrullaron, perdiendo la cohesión y la coherencia, apareció el socorrido "no lo sé", el parapeto perpetuo de los que no quieren mirar lo que realmente les está sucediendo. No lo sé, no lo sé... es que no lo sé... repetía una y otra vez tratando de justificar lo que esas tres palabras no podrían nunca justificar. Y en ella, mientras lo miraba y lo escuchaba, eran las lágrimas las que encontraban que los ojos eran demasiado pequeños para poder salir. Y se quedaban detrás de los párpados, inflándole la cabeza que se sentía a punto de estallar. ¿Cómo replicarle a un "No lo sé"? ¿Cómo extraerle certezas a un "No lo sé"? (15.11.2010)