miércoles, 14 de julio de 2010

DESVARÍOS A MEDIANOCHE


Hace tiempo leí un párrafo de Maruja Torres, en el que concluía algo así como "El hombre de mi vida soy yo". Y, mira, me gustó y lo adopté. Desde entonces, rara vez echo de menos a un hombre en mi día a día. A veces, mientras cargo el maletero del coche con la compra del Carrefour, me viene un ramalazo de nostalgia, pero cojo las cajas de leche como si hiciera pesas en el "Gym for Men" y se me pasa. Otras veces, me da por pensar que un hombre sería muy práctico, sobre todo en momentos "Desgracias del Bricolaje": un enchufe que no funciona, al querer conectar la Play al televisor, al desconfigurárseme el ordenador o, tal como me ocurrió el viernes, si el coche se me avería. No sé por qué, pero tiendo a pensar que un hombre sabe de inmediato qué hacer en esas circunstancias. Al colocar las sillitas de las niñas en el de mi padre, siento que a un "masculino" le sería la mar de fácil entender ese mecanismo de sujeción (ideado por un tío, fijo), mientras yo maldigo en birmano no tener cerca algún vecino ante el cual desplegar mis plumas de damisela desvalida (¡funciona!). Estoy a punto de acostarme y tengo una cama de 1.50 entera para mí, lo que cura cualquier arañazo emocional que me haya podido surgir a lo largo del día. Sin embargo, hay momentos en los que echo tremendamente de menos a un hombre: cuando necesito un abrazo. Ahí, se me rompen las corazas y me siento frágil. Me rebullo un poco entre las sábanas y me abandono a esa añoranza. (13.7.10)

Foto: Chema Madoz

2 comentarios:

  1. Muy buena esta reflexión, yo también leí esa frase y me encantó, te digo una cosa, un abrazo puede llegar por muchos conductos y la ternura tambien.

    Te mando una abrazo fuertote y mi cariño

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  2. Gracias, Ana. Me siento muy afortunada: recibo abrazos y los doy. Es un gesto con mucha energía.

    Un ABRAZO (el día que nos veamos vamos a tener que achuchar bien fuerte...)

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