sábado, 15 de enero de 2011

VACUNA DEL DESAMOR

Esa mañana, él le dolía más que otros días. Tal vez fuera porque la lluvia, en vez de ponerle reuma en sus huesos, se vestía de ausencia y se le incrustaba en un lugar mal definido entre el pecho y la garganta. En otros tiempos, él, con sólo estar, conseguía quitarle las asperezas a todo cuanto pudiera herirla. Por eso, nunca se le ocurrió que suya fuera la mano que le inocularía el dolor de golpe, sin piedad y sin anestesia. No era un sentimiento desconocido éste de sentirse naufragando en la ciénaga del desamor. De hecho, ya casi que se sabía de memoria los pasos que debía dar, los momentos de abandono y la constancia en la resistencia. Sabía que la ciénaga jamás se la tragaría, salvo si se rendía a la memoria blanda y viscosa que trata de redimir al que nos hiere. Se levantó sin ganas y se dirigió al viejo laboratorio que tenía instalado en la cabaña del jardín. De una estantería sacó los cuadernos cuarteados de su última desilusión, de su último desengaño y se dijo: "Voy a inventar la vacuna del desamor". Elaboró meticulosamente una pócima con lágrimas de insomnio, ojeras de madrugada, desaliento en gotas y lo roció con nudos en la garganta y corazones encogidos. Estaba amarga y olía raro, como a algo artificial. Sin embargo, de un sólo trago, como si fuera un chupito de vodka caramelo, se lo bebió. Se quedó esperando a ver qué sentía, notando cómo iba descendiendo por su cuerpo, surmergiéndose por entrañas y sistemas. Se fue a dormir con cierta inquietud alojada detrás de las orejas, de la que no sabía deshacerse. La noche fue tranquila, y el día de después. Y la semana de después. Y el mes... ¡Todo era terriblemente tranquilo! Se enamoró de un hombre confuso, que la acabó dejando por no estar seguro de si la quería o no. Ella se fue a dormir tranquila. Durante unos meses, salió con un arquitecto egocéntrico que pretendía hacer de ella su nueva obra maestra. Pero la acabó dejando por no ser ella tan dúctil ante sus aspiraciones de grandeza. Ella no acusó ningún dolor en el alma y se permitió no echarlo de menos. Tampoco echó de menos al que la rodeaba de versos y flores día a día, ni al que la llevó a recorrer Francia en un mini Cooper... Se separaron en un bistrot de la costa bretona y ella pidió otra fuente de moules-frites. Dejó de sentir dolor con el desamor y se le olvidó cómo amar... No llegó a patentar su vacuna, puesto que no recordaba siquiera haberla bebido, haberla creado.

5 comentarios:

  1. Bueno antes de irme a dormir y despues de una tarde de emociones AUTEnticas me encuentro con tu escrito, como siempre tan directo al corazón, es bueno, muy bueno, no se si es bueno inventar esa vacuna, porque el si el hecho de no sufrir por ello conlleva no sentir, no lograr amar, creo que no merece la pena, el sentimiento de amar es único y acostumbrarse a estar sin él duele, pero pierde más quien no lo siente nunca, quien es incapaz de amar.

    Compartimos a SALINAS como referente adolescente, recuerdas?


    No quiero que te vayas
    dolor, última forma
    de amar. Me estoy sintiendo
    vivir cuando me dueles
    no en ti, ni aquí, más lejos:
    en la tierra, en el año
    de donde vienes tú,
    en el amor con ella
    y todo lo que fue.
    En esa realidad
    hundida que se niega
    a sí misma y se empeña
    en que nunca ha existido,
    que sólo fue un pretexto
    mío para vivir.
    Si tú no me quedaras,
    dolor, irrefutable,
    yo me lo creería;
    pero me quedas tú.
    Tu verdad me asegura
    que nada fue mentira.
    Y mientras yo te sienta,
    tú me serás, dolor,
    la prueba de otra vida
    en que no me dolías.
    La gran prueba, a lo lejos,
    de que existió, que existe,
    de que me quiso, sí,
    de que aún la estoy queriendo.


    Muchos besos Guapa

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  2. Fantástico tu relato, me ha encantado. Un final tan desolador que hace valorar el dolor, inevitable sentimiento implícito en el estar vivo.
    Tu forma de describir la vacuna me ha recordado a una "receta" de cuidados que escribí a alguien hace poco.
    Un beso grande, Distrahallada!

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  3. Bueno, Ana, entre Aute y, ahora, Salinas, me estás "hinchando viva", es decir, que estoy K.O. total.
    Cuando hay dolor, querría que desapareciera y no sentirlo, pero sé que hay dolores que podría llamar ¿necesarios? Y si el precio por no tener dolor es no sentir el parque de atracciones emocional que es el amor, pues no, si tiene que doler después, que duela.
    C.S. Lewis, el autor de Narnia y también de un librito delicioso, "Tierras de Penumbra" (del que hicieron una película protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger), decía: "El dolor que siento ahora es parte de la felicidad de entonces"... Luz y Sombra, cara y cruz...

    Un beso bien fuerte, linda

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  5. Menudo relato, Belmonte. "Tierra de penumbra" está muy bien traído en estos momentos, y esa frase de Lewis, sencillamente, magistral.
    Lo cierto es que el dolor del desamor, sobre todo la pérdida de un amor, es como un vacío que se te incrusta en medio del estómago, o más bien un fuego que lanza sus llamas hacia arriba, hasta el pecho, hasta la boca, y no te deja respirar... Pero a la vez que sigue siendo "parte de la felicidad de entonces" no dejar de transformarse en un fuego purificador que sirve para calcinar la parte negativa de ese desamor y dejar la puerta entre abierta a una nueva ilusión... Y la rueda sigue, porque así es la vida. Duele, sí, pero se supera. Sólo la muerte es insalvable.
    Y ya te lo he dicho muchas veces, no dejes de escribir, eres fantástica creando imágenes con tus palabras... aunque tengas letra de médica.
    Un beso, guapetona.
    sergio

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